Ciclismo-ladrillismo

"Sin ladrillo, no hay ciclismo". ¿Alguna pregunta sobre el autor de la frase? Les supongo a todos al cabo de la calle y, con toda seguridad, habrán identificado a Valery Karpin como padre de la criatura. Acaban de asistir al nacimiento de una nueva corriente ideológica, el "ciclismo-ladrillismo", cuyo sustrato base es que el dinero hace el deporte y el ladrillo hace el dinero. Vamos, que estamos a un paso de ver la desaparición del flamante equipo ciclista "Karpin Galicia", que ya ha empezado a perder unidades antes de conseguir algún triunfo. En enero, precisamente, la primera baja ha sido la de Marcos Serrano, que había sido fichado a bombo y platillo como el referente gallego de este equipo profesional.

Pero, claro, el patrón, que ha puesto la mayor parte del dinero del que se nutre el equipo ciclista ha dicho, sin pelos en la lengua, que "si hay crisis, hay crisis para todos", y que "si no se vende, no se vende", y si no se vende porque hay crisis, pues no hay tela, guita, parné, pasta, etc. para pagar ciclistas. En resumen: "si no hay ladrillo, no hay ciclismo". ¿Te has enterado, Santi?

Al análisis conspicuo del asunto: ¿Quiere decir Karpin que hay que dejarle hacer sus negocios ladrillistas si queremos tener un equipo ciclista gallego? ¿O, simplemente, expresa su preocupación por no disponer de dinero suficiente como para regalárselo a los pedaleadores profesionales?

El caso es que, tal y como se emporcó la economía española a base de sustentarse en el sector de la construcción, impulsado por la voracidad de los bancos que largaban hipotecas como quien lava, la previsible caída del "megapelotazo" nos golpea a todos.

Yo me pregunto cómo tanto deporte se ha refugiado en el dinero sobrante del ladrillismo rampante. O, de otro modo, qué ha visto el dinero del ladrillo en el deporte, para refugiarse en él.

Los promotores y constructores, en unos momentos en los que millones de dineros negros acudían al lavado de la construcción para hacer de la vivienda un bien de cambio en vez de su natural condición de bien de uso, tenían que hacerse un hueco en el ámbito de la consideración social. Y venga a meter dineros en clubes de fútbol (¿recuerdan a Jesús Gil y sus origenes ladrillistas, o el tremendo salto económico y social conseguido por Florentino Pérez y su empresa constructora?), en equipos de voleibol, de balonmano, de ciclismo...

Y venga a engatusar a políticos de medio pelo (en términos náuticos se diría "de fortuna") para avalar su contribución a la mejora del deporte local, provincial, nacional, etc., con la sanísima intención de contar con el respaldo de los que deciden, a ver si se les ocurre algo para seguir con el negocio, sea una Universiada, unos edificios emblemáticos, un desdoblamiento del Corredor de O Morrazo, o cualquiera de esas cosas que, relacionadas con la promoción urbanística y la construcción de lo que sea, van saltando a los periódicos como grandes panaceas de nuestros problemas.

En este tipo de fregados nos han metido quienes, faltos de ideas, de conocimientos y de sentidiño, han considerado bueno seguir hinchando la burbuja inmobiliaria, hasta que la burbuja pinchó. Y eso que ya todo el mundo sabía que el asunto de los pelotazos en el sector de la construcción tenía los días contados. Pero aquellos próceres políticos "de fortuna" andaban escasos de alternativas, de inmaginación y de sano asesoramiento, así como sobrados de avaricia, sea económica, política o social, como para no dejarse querer.

Pero hay más: ¿han echado cuentas de cuántas iniciativas relacionadas con el desarrollo de la ciudad y de su hinterland están cautivas de la fugaz economía del ladrillo? ¿Y de cómo las conocidas financieras que han estado detrás de grandes promociones se están echando para atrás, vendiendo donde pueden y desapareciendo del terreno para, como el Guadiana, aparecer con otros "productos" más relacionados con la refinanciación de hipotecas, por ejemplo, para que el dinero les llegue por caminos distintos a los de los agonizantes pelotazos urbanísticos?

Pese a todo, no faltará quien se empeñe en defender la protección de un sector que ha hecho multimillonarios a especuladores, blanqueadores, buitres financieros, bancos, etc., como si de ello dependiera su futuro.

Lo cierto es que lo que viene fácil (ganar indefinidamente y en exceso con la propiedad inmobiliaria), fácil se va, como todo el mundo sabe. Pero en estas circunstancias hay suficiente gente que considera que el no poder vender su piso de Camelias, Navia o donde sea con las ganancias que había previsto, significa que pierde. Habría que decirles a éstos que, si han especulado con viviendas como forma de inmobilizar unos dineros que siempre podrían convertir en más, no han hecho más que caer en un espejismo. Y los espejismos, ya se sabe, suelen desaparecer en cuanto te aproximas.

Mi conclusión es que todos saldremos ganando, a medio plazo, si la economía española sale del pozo de depender en exceso de la actividad constructiva. ¿O no?