IX ÉPOCA

19.3.08

Goodby, cow boy



Hasta pronto, John Balan. Acabas de hacer tu más largo viaje hacia el Limbo de los Justos, que es ese sitio donde las praderas son anchas, los pueblos son de madera y tienen "saloon"; donde juegas al poker con John Waine y Gary Cooper mientras una silla vacía espera ser ocupada por tu admirado Kirk "Duglas" (ese, el padre de "Maikel Daglas") y completar la partida.

John Balan acaba de morir, vencido por el tiempo, cierto olvido y una hemiplejia que le había obligado a cambiar su imaginaria silla de montar por otra más prosaica de ruedas en un asilo de Pontevedra.

Quienes tuvimos la ocasión de festejar su frescura improvisando guiones "del Oeste" tras su a veces esperada aparición en medio del salón de un restaurante del casco vello de Vigo, siempre lo recordaremos con afecto, aunque se nos haya ido del presente desde hace algunos años.

Ataviado con su sombrero de cow boy de atrezzo, cualquier superficie (mejor una puerta) de madera o aglomerado bastaba para que Glenn Miller cabalgase de nuevo a lomos de ora un saxo tenor, ora uno barítono; aquí un trombón de varas y un poco más allá una trompeta solista, para ponernos "En forma", mientras las yemas de sus dedos o sus nudillos marcaban el ritmo de la percusión.

Allá donde había más de media docena de congregados, fueran de mesa o de barra, al anuncio de "¡es John Balan!" seguía un cierto silencio y un movimiento en cadena para dirigir todas las miradas hacia el vaquero recién llegado. "Yo empecé a ponerme pantalones vaqueros, sombreros vaqueros", decía desde su menudo corpachón el bueno de John Balan, "y eso me llevó a un falso complejo de superioridad y dije que era americano sin ir a américa".

Pero, un día, la TV hizo el milagro de embarcarlo en un jet y hacerle poner los pies en el mismísimo Manhattan. Sobrevolando el sky line neoyorquino, sin apartarse un ápice del guión de su vida de ficción cinematográfica, lanza una de esas trágicas y lapidarias frases de guión épico: "Nunca he subido a un helicóptero como este, pero ¡qué más da la muerte!, ¡qué más da morir!", para inmediatamente explicar al resto del pasaje (él, que nunca había estado allí) y a los cámaras que le enfocaban: "Volamos por encima de los rascacielos niyorquinos, y ese alto es el 'Ampar estets bildan'".

John Balan llevaba, con la misma naturalidad que el sombrero de alas curvadas, un síndrome de Peter Pan bajo su inseparable americana, dando un cierto sentido a su bohemia impenitente. John Balan había dejado hacía mucho tiempo a Manuel Outeda para poder ser él mismo. Sin avisar llegó a atracar un tren, en broma, aunque sólo él sabía eso. Todo se aclaró en Comisaría.

Su pueblo, Marín, le dedicó una calle; algunos de sus amigos le ofrecieron un homenaje hace unos años, ya retirado, y hoy quiero que me acompañéis en un recuerdo entrañable de mis mejores años en Vigo.

Ya no podremos saber, jamás, "quien comió las peras del cementerio".

3 comentarios:

Pablo Eifonso dixo...

Grazas Manuel por ser vaqueiro por todos nós, por prolongar a infancia que nós, cobardes, abandoamos demasiado axiña.
Descansa en paz, amigo, percorre agora a derradeira fronteira, alá, ao oeste dos nosos soños e dos nosos desexos.

Lorenzo Pardavila dixo...

Recostado contra la barra, mirando a la clientela, dejaba caer los brazos y los dedos marcaban el ritmo. De su boca salían sonidos de trompeta, saxo y trombón que componian un "standard" propio de aquellas big bands con atril colorista.
Las perfomances de Balan eran arte en bruto sin comisarios ni subvención.
Descanse en paz mientras suena Continental en la versión de la Orquesta París de Noya.

Ana Pintens dixo...

...cantada por " el gitano "