Nunca choveu que non escampara

Ciego, es que vengo ciego de la movida de lo del cumple. Estaba yo contemplando cómo C. Porro hacía las maletas, cómo Figueroa-Iznogood le insistía en que no-se-lo-digas-a-mamá que me cierra el chiringo, cómo Toba hacía penitencia cargando ladrillos en la obra verbal de Principe-Por tela-Cea, cómo se movía Porteiro con la pollera colorá, cómo Mauricio-K se desesperaba entre legajos en pleno proceso kafkiano, cómo se hacía a la mar el Caballero Abel, cómo Alvariño doblaba su puentecito y se largaba a vendérselo a los bereberes, mientras todas las calles de Vigo habían sido cambiadas de dirección para que las cuestas fueran todas para abajo, cuando la Raquel me sacó de la ensoñación con un ¡cumpleaaaños feeeliz! que todavía me tiene el tarro partío.
No estuvo mal la noche, y con lo que estaba cayendo tuvimos que refugiarnos como se puede ver en la foto, encomendada a la cámara escrutadora de Caldeirada, que ya sabemos que está a la que salta pero se deja ver poco.
Ya, ya sé que el refugio resultó escaso, que nos vimos sorprendidos por feroces hordas azuzadas por el Eiroito desde su destierro en el país de Nunca Jamás y que nuestras baterías de costa habían sido anuladas a golpe de rellenos y marbellizaciones. Pero volvimos a conjurarnos para seguir dando la vara.
Si se fijan atentamente y miran para cualquier otra parte, notarán que no hay manera de saber quién aguanta el paraguas; tan sólo podemos afirmar que, bajo ese amable cobijo, cupimos Pablo Eifonso (cargado con el ordenador), Ana Pinténs (que sigue levantando las esquinas de los manteles por si se esconde algún espía), Tiago Louro (entre la pola y el duro suelo), Raquel López (azote de demolicionistas), Lorenzo Pardavila (clarividente, como siempre) y yo mismo (sin ir más lejos).
Tras comprobar que no llovía, vamos, que había escampado en todo caso, volvimos a preguntarnos si no sería hora ya de dar la cara, pero fuimos bruscamente detenidos por el Caldeirada (que va de clandestino incluso entre nosotros) que puso el grito en el cielo y un pie en alguno de nuestros culos, y nos dejó claro que si nos va bien así, para qué cambiar.
–Es que la clandestinidad esta me está ahogando –lloriqueó Raquel.
–Pues a mi me mola –Tiago sigue mejor colgado– porque no hago más que ver mosqueos sin cuento.
–¿Tú crees?
Y es que el cartesianismo de Lorenzo es de los duros de pelar. Pablo puso cara de ¡no jodáis, tíos/as, que si me descubren en el chollo me ponen a fregar los platos!, mientras que Ana, comedida como siempre, insistió en que hay que reflexionar.
Total, que a pesar de que yo les insistía en que mejor hablar de otra cosa, la peña seguía enredada en el cerne da deboura de la cosa.
Y nos dieron las nueve y las diez, las once, las doce, la una, las dos y las tres..., y las tantas, que un año no se cumple todos los días, y nos volvimos a conjurar para ver pasar el tiempo, no sin antes agradecer su existencia a C.Porro, a Chema-Iznogood, a Látigo-Toba, a los internos, a los externos y a los mediopensionistas, a los que esperan y a los que hacen esperar, a los que van como amotos y a los lentos de corazón (técnicamente, braquicárdicos), a Bill Puertas, a la blogosfera (que es oblonga), a los bós e xenerosos, a los imbéciles e escuros, a los que esperan y a los desesperados, a los amigos y a los otros (que supongo que, como las meigas, habelos, hainos). Y a ti, que lo lees.
Pues eso, que a ver si quedamos un día de estos y tomamos una copas.