«El monstruo» (Xa foi, Mariquiña, non chores)

«El monstruo», así llegó a llarmarle al complejo del monte Gaiás estos días el mismísimo conselleiro de Cultura y, además, le reprochó al gobierno anterior de la Xunta el que no lo hubiese parado. Éste, de Cultura, debería acordarse de que lo es por el PP, el mismo partido que impuso la monstruosa edificación. En fin; seguiremos soportando con indiferencia milenaria las palabras vacías de tantos y tantos de nuestros representantes. Nació este proyecto de una decisión del último gobernante franquista en activo: Manuel Fraga Iribarne, siendo éste presidente de la Xunta de Galicia. «Xa foi, Mariquiña, non chores.»

En aquellos tiempos en que durante decenios se fue erigiendo la que hoy es la catedral compostelana, seguro que también debió de producir asombro, y rabia, ver cómo se gastaban fastuosas cantidades de dinero a mayor gloria de dios a costa de las hambrunas del campesinado. ¡Los diezmos! Mejor, pasar página. Unos pocos decenios más y Gaiás tendrá como hermana a la catedral. Sí, así, lo veo venir. ¿Para qué sirve la catedral? para algo tan inmaterial como lo será el gran alpendre del Gaiás. Este gran alpendre será pronto considerado como la imagen de esta época en la que los mercados dirigen los destinos de la humanidad en detrimento de la apocada, y apenas sin voz, clase política. ¡Tiempos, estos! El Gaiás como ágora de una época falta de proyecto social que unifique y dé sentido a un caminar acompasado y solidario, un gran alpendre que cobijará el gran despiste en el que se mueven las sociedades contemporáneas faltas de proyectos ilusionantes. Si se nos define como sociedades líquidas, qué mejor que estas sinuosas techumbres para deslizarnos sobre la época: sobre ellas, si luce el sol; bajo las mismas, en días de aguas mil. El no continuar las obras de este gran alpendre tampoco es para rasgarnos las vestiduras; ¿recuerdan? también Notre Dame de París sigue con parte de sus torres inacabadas, y los visitantes siguen afluyendo a millares, ¿a qué acuden allí? a lo mismo que acudiremos, cada vez en mayores cantidades, a visitar este enorme y bello alpendre, nacido de un sueño megalómano que ignoró necesidades más perentorias ¡igualito que hace seis o siete siglos! cuando otro megalómano sueño (divino) erigía la catedral de Santiago de Compostela, acudiremos allí a fotografiarnos para luego contar a los amigos y familia que «hemos ido de vacaciones, y nos los pasamos pipa». ¿A qué se va a Pompeya? Pues, eso.

Buena parte (por no decir todas) de las grandes construcciones que nos legó el pasado y a las cuales acudimos turísticamente, tienen, en su origen, la misma futilidad que la que ahora aqueja al monte Gaiás. Nada refleja con mayor sensibilidad el espíritu de una época que aquellos costosísimos monumentos erigidos para contener la nada más apabullante. Sí, acudiremos a millares a pasear nuestro aburrimiento bajo o sobre el gran alpendre del Gaiás, y nada recordaremos de este —como de aquél de la catedral— despilfarro monumental.

Lo monstruoso, si señor, tiene sus adeptos ¡y por millares! (se les llama turistas, y dejan mucha pasta; tanta que hasta hay consellerías y ministererios del ramo). El conselleiro del ramo, desatinando no se da cuenta de que la razón le llueve de la mismísima sinrazón. Los tiempos dejan sus huellas y éstas nos atraen más por viejas que por huellas.

«Xa foi, Mariquiña, non chores.»