IX ÉPOCA

20.1.09

Give me hope

(Te quedará bien escuchar a Eddy Grant mientras lees ésto --dale al botón derecho del ratón y pincha en "abrir enlace en una pestaña nueva"--, aunque también es aconsejable verlo en You Toube volviendo a pinchar en el enlace que hay al final del post)

Barack Obama acaba de ser coronado como presidente del mayor imperio conocido por la humanidad.
Estaba yo fantaseando con lo que podría significar el advenimiento de la Gran Esperanza Negra para un mundo que hasta hace bien poco no aceptaba legalmente como iguales a quienes no justificasen su pureza de sangre blanca, cuando se me coló en el discurso el aguafiestas de Pereira, el semiólogo que hace algún tiempo contratamos para frenarnos cuando nos crecíamos con nuestras averiguaciones.
Sostiene Pereira que bueno, vale, podemos aceptar Obama como animal de compañía, pero habremos de tener en cuenta toda la panoplia de signos ominosos que acompaña su vida y su irresistible ascensión al trono del Imperio.
Y, como lo suyo es interpretar las apariencias sin necesidad de hurgar en entrañas de animales, Pereira sostiene que no hay que fiarse, además de por la anécdota de que se le fue la olla en el momento de jurar, por las siguientes razones:
Siempre hay algo de definitorio en esa manía norteamericana de llevar un segundo nombre (que no hay manera de llegar a presidente si no lo tienes) escondido tras una inicial y un punto. Y me recuerda, según le viene a las mientes, a John F. (Fitgerald) Kennedy, Franklin D. (Delano) Roosevelt, Dwight D. (David) Eisenhower, George H.W. (Herbert Walker) Bush (padre), George W. (Walker) Bush (hijo), Lindon B. (Baines) Johnson, William J. (Jefferson) Clinton, Ulisses S. (Simpson) Grant...
Resulta que el segundo nombre de Obama es Hussein, ¡santo cielo!, aunque no se lo pone ni con la inicial, probablemente porque algún astuto opositor lo hubiera empleado para frustrar su carrera a la Casa Blanca mientras su predecesor se metía en el avispero iraquí buscando a su tocayo Sadam. Y sostiene también Pereira que al loro con el nuevo vicepresidente: se llama Biden y dice el semiólogo que ese nombre es la conjunción del comienzo de Bin y la terminación de Laden. Claro que, a lo mejor, le sirve a Obama para, comenzando su mandato con el malo universal aún suelto, terminar con el asunto.
Barack Hussein Obama (1961) nació en Honolulú, capital del archipiélago de Hawai, donde se achantaba la flota norteamericana que Franklin D. Roosevelt tenía dispuesta como cebo para que picasen los japoneses y poder meterse en la II Guerra Mundial que acabaría sacando a los EE.UU. de la peor crisis económica de su historia, desencadenada por aquel "lunes negro" de 1929 en Wall Street.
Barack H. Obama tenía siete años cuando, en 1968, los velocistas Tommie Smith y John Carlos alzaron el puño enfundado en un guante negro sobre el podio de los JJ.OO. de México, sólo unos días después de que cerca de 500 estudiantes fuesen masacrados en la Plaza de Tlatelolco de la capital mexicana (conocida como de las Tres Culturas, ¡qué ironía!) por los sicarios y el ejército del presidente Díaz Ordaz y bajo la supervisión de la CIA y el FBI.
Sostiene Pereira que también Obama surge de otra crisis de bigotes y, como Roosevelt con el "New Deal", viene con su "¡give me hope, Jo'anna give me hope!", con el que Eddy Grant (The Equals) puso letra y música a la esperanza de abolir el apartheid en Sudáfrica, bajo el brazo.
También Pereira insiste en que no debemos olvidar que J.F.K. comenzó la guerra de Vietnam, a pesar de aquella "Nueva Frontera" que supuso avances internos en lo social pero sacudió el mundo con las crisis de Bahía de Cochinos y de los misiles de Cuba y agudizó la Guerra Fría con la URSS.
Pero, a pesar del agorero Pereira, uno quisiera creer que los designios de quienes en realidad gobiernan en Washington pudieran verse torcidos por esta que muchos se empeñan en considerar la Gran Esperanza del mundo. Y también me ha dado por manejar signos:
Tengo para mí que la masacre israelí en Gaza es la expresión de que algo cambiará en la política exterior de quien gobierna el mundo mal que nos pese. Lo digo porque me ha dado por pensar que los halcones sionistas de un estado teocrático (justificado por la promesa de Jahvé de entregarle al pueblo elegido la tierra de Canaán), por mucho que haya quien siga creyéndolo democrático, se han apresurado a demoler cualquier intento de que se fortaleciese un Estado Palestino en sus fronteras, ante el temor de que la Administración de Obama pudiera cambiar el inveterado apoyo a la política de "seguridad" israelí de sus predecesores, justificada por la "guerra contra el terrorismo" impulsada por los Bushes.
Si se confirma la nueva estrategia de los EE.UU., cambiando el principio de "palo y tentetieso" por el de compromiso por la paz basado en el multilateralismo, y no se cargan antes a Obama para impedirlo, podríamos estar asistiendo a una nueva escenografía mundial.
Pudiera ser que recuperásemos otro "new deal" que, basándose como el de Roosevelt en una economía distinta a la que nos metió en la crisis, ofrezca un resquicio a la cultura, la inteligencia y la libertad, como en aquel final de los 30 y comienzo de los 40 en los Estados Unidos.
Claro que Pereira, metido de lleno a jode rollos, me chafa el argumento recordándome que aquella época dio paso al advenimiento del senador McCarthy y su "caza de brujas" en busca de comunistas debajo de las alfombras, en una de las más siniestras persecuciones de la libertad y la inteligencia.
Claro que aquel Guantánamo ocurrió después, y el de ahora podría acabarse con Obama.
En fin, que por una parte qué quieren que les diga, y por otra yo qué sé.
Ustedes perdonen por la digresión extra local, pero es que a veces no me puedo aguantar y me da por pasar de escepticismos realistas.
O sea que no jodas, Barack Hussein, y...



...¡Give me hope, Obama, give me hope!

4 comentarios:

Anónimo dixo...

¡Carallo Voltaire, si que estás inspirada hoy!! Mira que le he dado vueltas al post de Marcos y no sabía por donde hincarle el diente, pero tu me has dado el pie. No se si conoces o has leido algo sobre el "Club Bidelberg", pero eso que mencionas sobre un gobierno en la sombra, de hecho ya existe y son esos misteriosos caballeros que se reunen una vez al año para sentar las bases por las que se moverá el mundo en un futuro no muy lejano. Quizás ya esté aqui.
A propósito del tema, se acaba de publicar un libro titulado: "Democracia, S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido". El autor es Sheldon Wolin, profesor emérito de Princeton, y su trabajo tiene como origen una frase que pronunció Ronald Reagan en 1980, "librar al pueblo de la carga del gobierno". Desde entonces, el partido republicano ha seguido una evolución que lleva a Estados Unidos a una paulatina disolución de la democracia en un totalitarismo invertido, que a diferencia del clásico, no nace de una revolución o de una ruptura, sinó de una evolución dirigida.
Su objetivo no es la conquista del poder a través de las masas, sinó la desmovilización de éstas desde el poder hasta devolverlas al estado infantil.
Se trata de conseguir que el papel de la ciudadanía se limite al ejercicio del voto el día de las elecciones.
El sistema se funda en la alianza entre las élites republicanas, las grandes corporaciones y el evangelismo religioso.
Así, se llega a la elección de Obama. Wolin lo llama "democracia fugitiva" en contraposición a la "democracia dirigida". El autor afirma que el estado corporativo está tan bien trabado que Obama tiene poco margen de maniobra: "El sistema impondría límites muy estrictos a cualquier cambio indeseado".

Todo lo anterior es una pequeña parte del comentario al libro escrito por Josep Ramoneda el pasado día 10 de enero en el diario El País.

Ya ahora añado: ¿la crisis económica no será el primer paso para hacernos entrar en vereda?

Pues eso. ¡Qué tropa!

Anónimo dixo...

Con el permiso de los compañeros de VB y el respeto de todos sus lectores.

Las palabras y la crisis
¿Por qué ahora paz? (y un escolio que dice algo de nuestro despiste)


Matías Escalera Cordero
Rebelión




Que las palabras construyen el mundo; que con las palabras nos construyen el mundo, al tiempo que nos lo ocultan –que con ellas lo construimos, al tiempo que nos lo ocultamos–; que con ellas nos dominan y dominamos, es, tal vez, la experiencia central del hombre común, cada día. Aún más, para la mayoría, a menudo, las palabras tienen unos poderes taumatúrgicos –mágicos–, que, en realidad, no tienen. Damos por sentado que ellas son la realidad, cuando, por lo general, las palabras nos evitan la realidad.

Por ejemplo, alguien habrá que se haya extrañado, o se haya quejado interiormente, de por qué no he utilizado la palabra mujer, a continuación de la de hombre, cuando he hablado del hombre común; puesto que si la realidad hombre/mujer no cambia acaso por ello ni un ápice, la realidad percibida sí cambia, en efecto. Y, a muchos de entre nosotros, el uso de la palabra mujer, junto a la de hombre –por más que se entienda la expresión, tal como está escrita–, nos tranquilizaría, reconfortándonos interiormente, ante una realidad percibida como entonces como más adecuada y ordenada, según nuestras convicciones. Aunque no estoy seguro de que esa capacidad apaciguadora –catártica, si se quiere– de las palabras sea un hecho en sí mismo positivo.

Pasa lo mismo que con la palabra paz en las manifestaciones, que lo mismo la puede gritar la buena gente común que De Juana Chaos, Olmert, Aznar, Uribe o Georges W Bush. Y sucede lo mismo con las palabras que nombran la actual crisis del sistema financiero capitalista.

En el mar de palabras y de frases inconexas y balbuceantes en el que, los primeros días, e incluso durante las primeras semanas, se ahogaban –y nos ahogaban– los supuestos especialistas –que algunos se empeñan aún en llamar economistas, sociólogos o periodistas: palabras mágicas donde las haya–, en sus foros, sus parlamentos, sus periódicos o sus tertulias radiofónicas y televisadas, apenas se vislumbraba tablón o pecio al que agarrarse, ni playa en la que embarrancar; y, durante esos días, esas semanas, pareció que por fin volvíamos a ser dueños de algunas de nuestras palabras, explotación, robo, rapiña, plusvalía, control, cambio, planificación… Durante esas semanas, economistas, sociólogos y periodistas braceaban y se agitaban boqueando por los platós y los estudios de radio y televisión, y por las redacciones de los periódicos pidiendo, buscando desesperadamente cualquier resto flotante que les sirviese de asidero; era una verdadera gozada verlos sudar con la sola posibilidad –muy lejana, eso sí– de que la buena gente común pillase su ineptitud, descubriese sus trampas y sus trucos, o se levantase y pidiese responsabilidades a los causantes del caos, y que dijese basta.

Sin embargo, todo resultó ser, al cabo, una ilusión, pues repentinamente aparecieron flotando entre las olas dos tablones a los que agarrarse, y, en el horizonte, se vislumbró la playa en la que encallar y rehacerse.

Se agarraron bien fuerte, y arribaron a ella, y, tras tomar aire, tomaron también –como de costumbre– posesión de la nueva tierra descubierta. Los tablones fueron dos palabras, dos palabras tan sencillas –mágicas– y ligeras que lograron rescatar a la tripulación entera de la nave a la deriva: la crisis era nueva y de origen desconocido. La playa finalmente tomada, una realidad apabullante e incuestionable, la aceptación general y la resignación de los pueblos; esto es, de esa misma buena gente común (de los hombres y las mujeres comunes, sin distinción, que componen los pueblos, se supone); en realidad, se trataba de una frase, un mero sintagma, con una capacidad asertiva y performativa implacable, no hay alternativa.

Es una crisis nueva, de origen desconocido y, además, no hay alternativa, repitieron entonces sin parar, con agitación y entusiasmo ensalmatorio, hasta que, en efecto, la crisis fue nueva, de origen desconocido y no hubo ya alternativa alguna, a pesar de que Público regalase El Capital, por las esquinas, con su edición dominical.

Los aparatos sindicales encontraron entonces –después de pensárselo mucho– su propia palabra, los trabajadores no tienen la culpa de nada (pues de qué vamos a tener la culpa, los trabajadores, en este mundo: se podría haber añadir, no sin malicia).

Y ya estaba, de nuevo, todo en orden. Las palabras habían llevado, una vez más, todo a su ser natural. Sí, eso es –se decían, economistas, sociólogos y periodistas, aliviados–, la crisis es nueva, y, por tanto, impredecible; de modo que no era que ellos fuesen estúpidos, que su ciencia no sirva para predecir o prevenir acontecimiento económico o social alguno; o que no supiesen, ni hubiesen comprendido nunca de qué había ido todo el montaje de trapicheos y estafas piramidales en que habían estado jugando (cuando hasta el más simple de la casa se barruntaba que aquello no era posible, que nadie da duros a pesetas). Tampoco tenían nada que ver, por tanto, en la catástrofe, ni la rapiña, ni la acumulación dolosa, ni la falta de regulación y de controles nacionales e internacionales de los incalculables y fraudulentos movimientos de capitales, durante décadas, ni las políticas neoliberales, causantes de todo ello.

Y como era una crisis nueva, y nadie estaba seguro de qué hacer tampoco con ella, de momento –mientras llegaba el Salvador: Mr. Obama– siguieron con los viejos trucos, y se pusieron, de nuevo, manos al bolsillo (de la buena gente común: de hombres y de mujeres, sin distinción, claro; de los trabajadores y las trabajadoras de todo el mundo, sin distinción de clase, sexo o religión). Se reunieron y decidieron endosar cientos de miles de millones de dólares y de euros (pues no hay alternativa) a los mismos que habían robado cientos de miles de millones de euros y de dólares.

Aunque ni siquiera esto estaba ya claro, que hubiesen sido ellos los causantes del desastre; en realidad, no podía ser cierto, ellos no habían sido, pues la crisis había tenido un origen desconocido (había venido así, de pronto, como del planeta rojo, de Marte). Y, sobre todo, porque nosotros, la buena gente común, los hombre y las mujeres, sin distinción: los trabajadores y las trabajadoras de cuyas espaldas y de cuyos bolsillos estaban sacando, una vez más, como siempre, el botín; que no tenemos la culpa de nada (de qué vamos a tenerla), resignados y resignadas –aceptando lo inevitable como inevitable–; les dábamos la razón. Aunque para desahogarnos nos pusimos a gritar paz por la esquinas y por las plazas.

Porque ¿no es raro que sucedido lo que ha sucedido en estos años, en la Franja y más allá de la Franja, en tantos y tantos pozos de dolor infinito y de miseria –nos cansaríamos enumerándolos–; habiendo hecho lo que han hecho delante de nuestras narices: expoliarnos, robarnos, tratarnos de patanes y de estúpidos, mandarnos a la calle; haciendo lo que hacen, cada día, sea ahora precisamente cuando nos ponemos a gritar –en realidad a suplicar– paz…?

¿No deberíamos gritar algo más? Otras palabras… O hacer algo. Levantarnos airados, por ejemplo; o, en su defecto, apagar las radios, las televisiones; y darles la espalda, cuando se dirijan a nosotros, tratándonos como a seres estúpidos y sin memoria; a ver si encontramos algunas de las palabras que creemos haber perdido; o indagar, al menos, si alguna vez las tuvimos… Pero que no sean ni patria, ni nación, por favor.

Escolio

Hace unos días al salir de casa me encontré con que en el solar de enfrente, de propiedad pública, habían comenzado las labores de replanteo, y, al pasar sobre la única caseta de obra levantada, hasta la fecha, vi un letrero que ponía “Colegio”, y un grupo de personas que esperaba y hacía cola junto a ella; picado por la curiosidad, decidí preguntar qué era lo que esperaban. Información, me dijeron. Y, tras unos minutos de conversación, aparecieron varios individuos que nos invitaron a entrar, y a sentarnos.

Para nosotros lo primero es la ideología –fue, en efecto, lo primero: no podía estar más claro–; las palabras nos sobran, porque tenemos claros los valores que defendemos, que vienen dados por nuestro fundador, Monseñor Escrivá de Balaguer; que no son otros que los valores y la ideología cristiana, de la familia y de la educación en el respeto y el orden; por eso, aunque este Colegio sea de régimen concertado (esto es, pagado con dinero público: esto, claro, no lo dijeron así; y el terreno sea también público: esto tampoco lo dijeron), nuestra enseñanza se cimentará sobre la base de la ideología de nuestro fundador, que es la ideología de la verdadera Iglesia. Así que la enseñanza que se impartirá en este colegio será segregada; los niños se educarán con los niños, y las niñas con las niñas, pues se diga lo que se diga –y se escriba lo que se escriba– hombres y mujeres tenemos diversas necesidades, y nos desarrollamos mejor en aulas segregadas. El mundo es duro y salvaje, y tenemos que prepararlos para que sepan cumplir su papel en la vida.

Tras estas y otras afirmaciones por el estilo, los asistentes no tuvieron más que asentir y felicitarse, porque nuestras autoridades hayan cedido un terreno público y vayan a subvencionar un Colegio de tan claro ideario (a pesar de que estuviese destinado a un Colegio público, y que en la zona no haya ninguno de tal titularidad).

Cuando salí de aquella presentación, no estaba indignado, ni siquiera sorprendido (haber vivido en Madrid en los últimos veinte años, especialmente en los del virreinato absoluto de doña Esperanza, te vacuna contra cualquier disparate). No, en realidad, salía maravillado por la claridad de ideas y la contundencia expositiva de aquella gente; ellos no se andaban por las ramas. Actúan; actúan –y ya sé que nadan a favor de corriente, que no es poco– y se dejan de tonterías, no se enredan en ninguna palabra.

¿Desde cuándo no hacemos nosotros/nosotras, compañeros/compañeras, tod@s, esto mismo? ¿Cuándo dejaremos de enredarnos con las palabras, o de creer tan firmemente en el poder mágico de las mismas? Quizás, cuando nos demos cuenta de que decir paz, no impone la paz, ni que decir Escuela pública, Universidad pública, ni impone, ni funda, una Escuela pública o una Universidad pública que merezcan tal nombre; o cuando caigamos en la cuenta de que ni la morfología, ni la sintaxis, ni la letra @ nos evitan actuar como hombres y mujeres verdaderamente libres e iguales (con lo que el apoyo a Hamas, en la Franja, o a los imanes, en Irán, y a la letra @ en la escritura, ¿no es algo que habría que dilucidar cuidadosamente? Me pregunto, sobre todo, leyendo ciertas cosas que he leído en estos días de tribulación).

Actuar, sí; pero ¿en qué dirección? (y esto ya se empieza a parecer a un enredo de los Monty Python). Lo primero sería tener claro qué es lo que queremos de verdad, justo lo que no sabemos, y justo lo que ellos tienen muy, pero que muy claro; de hecho, en septiembre abren el Colegio (segregado, claro; y con dinero público, por supuesto).

No son buenos tiempos, estos, para nosotros (se podrá objetar); y ¿cuándo lo han sido para nosotros? Me pregunto (también). Excusas hay las que queramos y nos inventemos. Como palabras.




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Marcos Andión dixo...

Querida Morgana:
Las palabras, es lo que tienen: que lo mismo sirven para transmitir una idea que para ocultarla. Es más, no hay mejor instrumento para ocultar la realidad que la palabra.
¿Debemos, pues, abandonarla?
Es la formación del espíritu crítico la que puede prepararnos para interpretarlas. Aunque quienes lo pretendan siempre podrán confundirnos, quienes las recibimos podemos interpretarlas.
En definitiva, todo se reduce al discurso del poder. El poder es uno y sus manifestaciones vicarias, variadas.
Pero el poder está en los hombres (me niego a seguir el políticamente correcto uso de los o/a o @ que pretende imponer el llamado "feminismo de género") y en el empleo de la palabra.
Efectivamente, la palabra no es inocente; por eso se requieren espíritu y formación críticos para no resultar esclavos del mensaje emitido.
Subliminalmente, el empleo que hago del semiólogo Pereira, para decir algunas cosas, apunta en esa dirección: la de que es preciso encontrar las intenciones detrás de los símbolos que son las palabras.
En contra de lo que dice el farragoso artículo que reproduces, la crisis actual no es nueva; las circunstancias que la precedieron resultan idénticas a las que provocaron el "crash" del 29.
Pero sí me preocupa que, una vez más, sigamos encomendando las soluciones a los mismos que nos han conducido al berenjenal en el que nos encontramos.
En fin, que el asunto daría para mucho más de lo que cabe en este espacio, además de que me reconozco incapaz de dar respuesta adecuada a todo lo que me pregunto.
Finalmente, creo que la naturaleza humana es la pregunta; la respuesta es cosa divina, o así.
Entre tanto, y a falta de mejor instrumento, tendremos que seguir navegando entre las palabras, construyendo a base de palabras, sufriendo el uso torticero de las palabras y buscando palabras nuevas para dar con respuestas insatisfactorias.
Salud (que no deja de ser otra palabra).

Anónimo dixo...

Querido Marcos Andion, soy Matías Escalera, el autor del "farragoso artículo", que creo que no has leído bien, por los comentarios que haces; léelo de nuevo y verás que está dirigido a los que como tú se rinden ante el esfuerzo de dominio de las palabras y se dejan seducir por la pereza y la inercia de su juego, que en absoluto es inocente.
Conquistar las palabras, como conquistar la realidad, es tarea ardua e incómoda; para empezar, hay que leer y escuchar con atención, cosa que tú no has hecho, al menos en esta ocasión; pues no has entendido ni la razón por la que Morgana ha reproducido mi artículo, ni el artículo mismo.
Ánimo, leer e interpretar, como pensar, más allá de repetir las cuatro cosas que uno ha hojeado, no cuesta tanto.
Un cordial saludo.
Matías Escalera