Desde las más oscuras simas del poder se ha iniciado una nueva Reconquista: La Recentralización. Y pienso explicarme.
Una de las más duras pruebas que ha tenido que sufrir la democracia, conseguida aquí a base de renuncias y generosidad, ha sido la de construir el Estado Autonómico. Desde aquel "¡Antes roja que rota!", invocado por las más reaccionarias fuerzas y mentalidades insurrectas en 1936, hasta la mera "descentralización" propugnada por Fraga Iribarne negando toda denominación nacional a los pueblos que conforman el Estado actual y que ha dado lugar a ese improperio formulado como "España, Una y no Cincuentaiuna", no habíamos asistido a un intento de descomposición del entramado de derechos como el que se nos viene encima.
Quienes se sienten herederos de los que triunfaron en aquella guerra ("Ganaréis porque os sobra fuerza bruta, pero no convenceréis", le dijo Unamuno al energúmeno de Millán Astray cuando éste gritó en la Universidad de Salamanca ¡Viva la muerte! y ¡Abajo la inteligencia!) esperan para España "un nuevo amanecer" con el sol saliendo por el Oeste, aunque sea, y se aprestan al asalto final.
Era un 12 de octubre de 1936 cuando el mutilado general fundador de la Legión y reciente golpista pretendió con aquella frase rendir culto a lo que entonces se denominó "Día de la Raza", en el aniversario del día en que Rodrigo de Triana gritó "¡Tierra!" desde la cofa de la nao Santa María al divisar la isla de Guanaaní, que Colón llamó San Salvador en 1492.
Por entonces España existía como concepto más geográfico que político y los reyes de Castilla y Aragón, Isabel I y Fernando V, decidieron que "tanto monta, monta tanto", porque la coyunda era necesaria para ocupar el reino taifa de Granada, en el que los moros llevaban siete siglos viviendo. Antes de que Isabel se cambiase la camisa tras tomar Granada, ya los dos monarcas de sus respectivos reinos se habían juramentado para acabar con los poderes locales de los señores feudales, algunos de los cuales incluso se habían aliado contra las pretensiones de Isabel y en favor de Juana, llamada "la Beltraneja", por el trono de Castilla.
Desde entonces, la historia de España se ha debatido entre el férreo centralismo auspiciado a pólvora y acero por los llamados Reyes Católicos y la recurrente reclamación de los antiguos reinos aniquilados, o anexionados por pactos, de las naciones ibéricas. De todas ellas sólo Portugal, que apoyó a Juana y había logrado sacudirse el yugo emblemático de la yunta castellano aragonesa con su victoria en Aljubarrota contra Castilla un siglo antes, se libró de ser conquistada.
No es una simple coincidencia el que Franco y sus epígonos, aprovechando la cutre parafernalia falangista que incorporaba el yugo y el haz de flechas de Isabel y Fernando a su bandera, resulten ser los más conspicuos defensores de un centralismo político que ha teñido la península ibérica de todo un muestrario de guerras, asonadas, cantonalismo, ocupación militar y un patrioterismo de lo más ramplón. Su culminación fue la victoria militar de los golpistas Sanjurjo, Mola, Millán Astray, Cabanellas, Aranda y Franco, entre otros, con el inestimable apoyo económico del principal financiero del país, Juan March, y los manejos clandestinos de Bolín y Luca de Tena, entre otros conspiradores.
Y es que la derecha (hoy dirigida, como entonces, por su brazo financiero) ha sido siempre centralista, más aún que fascista. Si Companys no hubiese proclamado antes el Estat Catalá, ni se hubieran hecho los estatutos de autonomía Vasco, Gallego y Catalán durante la II República, la guerra, de haberla, se habría hecho sólo contra los rojos. Pero conviene no olvidar que la Guerra Civil no se hizo directamente contra la República sino contra la "desmembración" del Estado Unitario que en su día pretendieron los Reyes Católicos. El Águila Imperial, que sujeta fuertemente entre sus garras el yugo y el haz de flechas, simbolizó la voluntad de los vencedores de consolidar aquella España, Una, Grande y Libre (Una, porque si hubiera otra nos íbamos todos para ella; Grande, porque cabíamos 40 millones de españoles y los americanos de las bases, y Libre, porque en las quinielas podías poner 1, X o 2, se decía en los años 60), y se expresó en la posguerra con la persecución de cosas tan relevantes para el "fascio" ("haz", como el de las flechas) como los idiomas "no cristianos" catalán, gallego y euskera.
Pasaron unos años y dos descerebrados, Miláns del Boch y Antonio Tejero, se alzaron en armas contra el "desmadre autonómico", movidos por su incapacidad para comprender que un Estado puede ser plurinacional y repartir la soberanía del pueblo del modo que mejor lo represente. Franco nos legó aquel "atado y bien atado" que muchos creían superado. Pero, como el ave fénix, el ancestral miedo a la periferia de quienes no son capaces de comprender que existe el derecho a la diferencia renace de sus cenizas, aprovechando cualquier coyuntura que le favorezca.
Y, como siempre ha sido, si hay un problema es necesario hacerlo insufrible para que se permita el desafuero de acabar con él a sangre y fuego, si fuera preciso. Y la coyuntura se ha presentado como por ensalmo: el mundo globalizado ha ido creando esta crisis, que si es financiera serán los financieros los responsables, para ofrecer campo al más ramplón centralismo unificador y desarticular la democracia, con el inestimable apoyo de algunos que se han subido a la política como se subirían a una cucaña en pos del premio que hay en su extremo.
Ya la reacción tiene su Némesis y cabalga, a lomos de una pretendida austeridad, contra "el despilfarro autonómico", aprovechando que aquí hemos decidido poner a la zorra a cargo del gallinero dejando nacionalidades y regiones mayormente en manos de quienes nunca creyeron en ellas, pero les sirven para ampliar el chiringuito pastelero.
Pero si del consenso que alumbró la Constitución de 1978 se derivó una cierta sensación de aceptación de los hechos diferenciales dentro del Estado, la caverna centralista jamás lo aceptó de buen grado y se dedicó a poner chinitas en el engranaje, por ver si lo descalificaban los jueces.
Con lo de la crisis, todos los lobos cavernarios se han echado encima de las autonomías considerándolas una presa fácil, con el argumento de que resultan un despilfarro que no podemos soportar. Que eso no sea cierto y que sea la deuda privada (la de los bancos) la más significativa, y que sean esos bancos los que han sobrefinanciado algunos excesos de las autoridades autonómicas no deslegitima el modelo pero sí su crítica interesada.
Detrás de este ataque a los que ellos consideran flancos débiles de la estructura del Estado está una profunda convicción antidemocrática. Las fuerzas reaccionarias (esas que están acojonadas por la libertad para que todos mejoren, que no entienden la licitud de la voluntad popular, que sólo ven amenazas en la diversidad porque son unidireccionales y de pìñón fijo) están aprovechando el revuelo de la crisis para, por ejemplo, tratar de limitar el derecho de manifestación o inmiscuirse en la privacidad sagrada controlando incluso los desplazamientos en tren por si van a las manifestaciones.
Recuerdo que, poco antes del zambombazo del 11-S, un senador republicano estadounidense publicaba un artículo, que reprodujo El Mundo, en el que aireaba arrogantemente su desprecio por "esa ola de liberalismo que nos invade". Venía a decir que la sociedad americana estaba adormeciéndose, con tanta libertad, tanta permisividad, tantos derechos colectivos, tanta protección social, y había que tomar cartas en el asunto. El ataque a las Twin Towers significó el punto de inflexión, a partir del cual los norteamericanos aceptaron cambiar libertad por seguridad.
Y, como todo imperio exporta sus miedos para no sentirse solo en el temor, el frente anti libertad y anti diversidad se ha ido extendiendo por el mundo a lomos de una crisis financiera con la que se pretende devolvernos a la primera mitad del siglo pasado, obligándonos a devolver derechos sociales consolidados, y a pagar los desmadres de quienes hoy han sido colocados en los puestos desde los que mejor dirigir el ataque a la democracia.
Si hay alguien que crea que la situación que vivimos es fruto de la casualidad o de la concatenación de circunstancias imprevisibles, para mí que es un ingenuo. Nos encontramos en medio de una vastísima conspiración dirigida a reorganizar la acumulación de capital que se había repartido en exceso, a recuperar la parte del león de las plusvalías del trabajo y reponer el tapete de la mesa de ruleta para que los beneficiarios de este desafuero puedan seguir jugando a apostarse nuestros cuartos, embolsarse las ganancias y obligarnos a sufragar las pérdidas. Y para ello han de dinamitar todo lo construido por las democracias representativas que, mal que bien, no pueden dejar demasiado de lado las aspiraciones populares.
Y ahora, desde la parte más cavernaria de la caverna, se mesan los cabellos y se rasgan las vestiduras porque el Barça se reivindica como equipo catalán y exhibe sus símbolos en el Camp Nou. Han sido siempre los débiles, los escandalizados por la normalidad e incapaces de comprenderla aunque no la compartan, quienes enarbolan banderas como armas arrojadizas contra quienes consideran ajenos, mientras les reclaman que sean suyos. No es que estén en contra; es que no lo entienden. Y de este "escándalo de débiles" es responsable el escandalizado.
Si el estado autonómico, la peculiaridad de las que la Constitución nombra como Nacionalidades Históricas y los idiomas no castellanos, no prevalecen, creo que será el momento de iniciar un nuevo éxodo y buscarse aires mejores, porque aquí habrá triunfado el interés de unos pocos en contra del bienestar de la inmensa mayoría.
Y, si no, al tiempo.
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1 comentario:
¡Moi bo, Marcos!: unha síntese magnífica que contextualiza en termos democráticos a nova cruzada da caverna.
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