Me vais a perdonar, pero no he podido contenerme. Hace pocos días sostuve una conversación, casi una discusión, acerca del drama de los cayucos. Hablamos sobre las políticas de inmigración, sobre el triste destino de los que sobreviven a la travesía, sobre las causas de este drama humano, sobre el tratamiento de los emigrantes a su llegada a la "tierra prometida" en las playas del sur y el levante de la península ibérica, sobre la nueva esclavitud que surge de la explotación de los inmigrantes, sobre el negocio de las organizaciones que realizan el tráfico de emigrantes, sobre las complicidades de los gobiernos que se libran de población a la que no pueden o no quieren atender, sobre la corrupción, sobre los fraudes que se pueden dar en el negocio de la ayuda humanitaria; en fin, sobre todo lo divino y lo humano.
Así es que, cuando, en uno de los canales temáticos de la televisión, me tropecé esta noche con un reportaje sobre la emigración de etíopes a Yemen y creía asistir a uno de esos trabajos congestionados de datos, con sus correspondientes contrastes de fuentes de uno y otro lado, de puntos de vista sesudos y de razonamientos con sólidos fundamentos, me encontré con un trabajo periodístico de primer orden: "Les martyres du golfe d'Aden".
Un cámara se embarca en uno de los increíbles barcuchos que desde las playas de Bossaso, en Somalia, cruzan el golfo de Aden por su parte más ancha para transportar un cargamento de hombres y mujeres que, hacinados hasta lo impensable, esperan encontrar una vida en el rico Yemen.
A lo largo de una travesía de tres días con sus noches, varias decenas de seres humanos eran sistemáticamente maltratados por los traficantes o por algunos de sus compañeros obligados a golpearles con cinturones de cuero, algunos se debatían calladamente por falta de oxígeno entre los baos de la embarcación y otro se tapaba la cara con las manos, mientras los traficantes posaban ufanos ante la cámara riéndose a carcajadas de la penuria de sus semejantes.
Pero si dramáticas fueron las imágenes, más lo fue escuchar a uno de aquellos infelices aplazar hasta su posible desembarco la explicación de por qué aceptaba que le pegasen continuamente. En un momento de la travesía, en medio de aquel fétido amasijo de seres humanos y sus circunstancias, el pobre hombre, que no abandonaba la sonrisa en la boca ni el sufrimiento en los ojos, dijo algo así como: "Ahora no es el momento; ahora estoy con ellos, o me matan".
Bueno, finalmente llegaron a las playas de Yemen, tras ser obligados (el reportero también) a saltar por la borda. Allí esperaba otro equipo de televisión anglo francés, que filmó la llegada nocturna al arenal.
Pero antes, el reportaje incluía unas escenas en Bossaso, en las que miembros de una ONG les ofrecían 12 euros a cada uno de los etíopes que aceptasen regresar a su tierra, tras exponerles los riesgos de la travesía y escuchar el testimonio de algún retornado sobre los malos tratos que recibirían al llegar a su pretendido destino. "Tu no sabes como es Etiopía", decía casi indignado uno de los aspirantes a carne de cayuco. Otro se encaró con la cámara: "Con 12 euros no tengo para regresar a Etiopía, pero con un poco más puedo pagarme el pasaje a Yemen y allí conseguiré dinero; y si muero, pues ya está".
Las buenas y bienintencionadas informaciones que los integrantes de la ONG les facilitaban no fueron suficientes como para que la mayoría cambiase de idea sobre una aventura en la que apostaban la vida, con la única esperanza de tener una.
En fin; no sé, pero me cabreé con todos nosotros. Con una mención especial para aquellos que, sin que hayan hecho otra cosa para merecerlo que nacer donde han nacido, consideran que su derecho a progresar está por encima del derecho de cualquiera a existir.
Y que nadie se engañe: para que nosotros podamos tener nevera, calefacción, seguridad social y los 400 euros de Zapatero es imprescindible que en Etiopía mucha gente se muera de hambre, otra mucha se muera de esperanza y el resto simulen que viven. ¿O es que la riqueza del Occidente y el Oriente desarrollados sólo se debe a la laboriosidad de sus gentes, a su superioridad intelectual o étnica?
¿Alguien duda sobre la proximidad de una rebelión de los desheredados, sea en cayucos, en saltos de alambradas o a la carrera por la "border line" más allá del Río Grande, para reclamar de una vez lo que es suyo?
Pues yo soy de los que piensan que la famosa Deuda Externa del Tercer Mundo no es más que un látigo como el del massa Reynolds para impedir que Kunta Kinte pueda valerse por sí mismo.
¿Quién dijo que la esclavitud ha sido abolida, en esta granja en la que, como en la de Orwell, todos los animales son iguales, aunque algunos son más iguales que otros?
Si tienes media hora y alguien que sepa francés, este enlace recoge la historia de "Los mártires del golfo de Adén".
Y, como triste colofón de la odisea, el campo de refugiados en las arenas del desierto de Yemen del Sur.
Aparece nun xardín a áncora do Serpent, o mítico buque escola británico
afundido en 1890 na Costa da Morte
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Un home sacou da auga hai 25 anos este elemento dun dos maiores naufraxios
na historia da Costa da Morte e púxoo de decoración na súa vivenda.
1 comentario:
Colega Marcos ¡muy oportuno! ¡muy necearia esta entrada! En agradecimiento ahí te va, a modo de complemento "¿Crisis o catásttrofe?".
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