IX ÉPOCA

3.7.12

De democracias y corrupciones

Hace tiempo ya que vengo haciéndome unas preguntas cuyas respuestas siguen sin acercárseme. La primera, y probablemente la más difícil de responder, es si corrupción y democracia son términos que, lejos de contraponerse, se complementan. Es más, puede que no exista democracia sin corrupción, aunque la corrupción se ha revelado más poderosa y puede existir sin democracia.
Naturalmente me estoy refiriendo a esto que hemos dado en llamar democracia representativa, que no es otra cosa que la cesión de soberanía de cualquier individuo a una forma organizativa que necesita del individuo pero no desea tener que soportar su presencia. Así llegó a darse aquello que conocimos como "despotismo ilustrado", que venía a matizar el aforismo democrático del "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", añadiéndole el hallazgo aquel de "pero sin el pueblo".

Si repasamos la historia, desde el Código de Hammurabi hasta nuestros días las referencias a la corrupción son continuas, tanto se refieran a regímenes en los que se hacen elecciones todo lo libres que somos capaces de soportar, como en los que sólo podemos elegir entre el 1 la X o el 2 a la hora de hacer la quiniela.

El problema, hoy por hoy, es que somos muchos y, por si fuera poco, tendemos a "amucharnos" juntándonos en las ciudades, y, claro, así no hay forma de habilitar fórmulas organizativas muy operativas en lo inmediato. Y nos hemos ido cargando de instituciones, las cuales, siguiendo la ley universal de la inercia, o sea del mínimo esfuerzo, han ido produciendo pseudópodos en forma de sub instituciones, plataformas, agrupaciones, etc., con el supuesto fin de alimentar de abajo arriba la pirámide del que, no sé por qué, hemos dado en llamar autogobierno.

Debo comenzar por decir que aquí no se autogobierna ni dios. Ni la propia economía doméstica debe su discurrir a nuestra voluntad, sino a los designios de quienes han logrado convencernos de que disponer de una ingente cantidad de posibilidades de optar en materia de consumo es el mejor camino a la satisfacción personal.

Y, así, hemos transitado desde el ágora griega, pasando por la Revolución Francesa, la soviética, la Trilateral, el Club Bildemberg o los Mercados, cediendo y cediendo la soberanía que todos los escritos referidos a las formas humanas de organización adjudican al pueblo, entendido éste como la suma de los individuos que se aglutinan en un ámbito geográfico que hemos dado en llamar nación, estado, país o comunidad.

Pero es lo cierto que, conforme ha ido aumentando la población, quienes recibieron la encomienda de manejar los trastos del brujo para mejor administrar los bienes comunes y hacer frente a los males de todos o de algunos, se han ido percatando de que, en el fondo, la atención a los administrados (sean súbditos, ciudadanos, paisanos, contribuyentes, electores o meros consumidores) ha resultado siempre molesta y, además, es evitable.

El caso es que, por lo que se ve, nos han ido convenciendo de que no sabemos cuidar de lo nuestro; que esos mismos a los que les confiamos la buena administración no sólo de los bienes comunes sino también de los particulares resultan más aptos para procurar nuestro bien que nosotros mismos.

Creo que en el origen del concepto hay verdad, pero ésta se ha ido diluyendo en lo que Graham Greene llamó "el factor humano". Es decir, que todo individuo revestido de suficiente capacidad para hacer de su capa un sayo acaba por hacerse un guardarropa con los tejidos ajenos.

Hubo un tiempo, cuando éramos clandestinos y nos obligábamos a saber cosas sobre organización social y buen gobierno, en el que era imprescindible distinguir entre "estatal" y "público", entre público y privado, entre lo que es de todos y lo que no es de nadie (?).

Hoy han logrado difuminar los límites de esos conceptos, y la avaricia ha triunfado política y socialmente; hasta el punto de que ya casi nadie es capaz de discernir entre el éxito y la forma de conseguirlo. Hay una especie de papanatismo social que impele a considerar inteligente, capaz y meritorio cualquier éxito económico, sin reflexionar sobre cómo se logran algunos éxitos. Lo cierto es que no hay que salir de este Vigo de nuestros pecados, ni remontarse a lejanos escenarios temporales, para comprobar que algunos éxitos no son tales sino que son el fracaso de quienes han acabado por sufrirlos.

Y es que el punto a que ha llegado la organización social del que se considera Primer Mundo, como consecuencia de esta moral del éxito, está resultando inasumible. ¿De verdad hay quien piense que el torpe manejo (como se demostró) de nuestras finanzas justificaba las pornográficas remuneraciones de cualquier dirigente de cualquier banco? ¿Por qué hemos aceptado bovinamente que un jefecillo de una Caja de Ahorros pueda ser remunerado en cantidades diez o cien veces superiores a las de un jefe de taller de Citroën, por poner un ejemplo? La razón es bien sencilla: En Citroën hay que hacerlo bien cada día, porque se vigila la producción; pero en el sistema financiero nadie vigila al vigilante, porque parece que hemos aceptado que entidades sin responsabilidad, como "los mercados", disponen de una inteligencia superior a la de cualquier individuo (el bueno de Adam Smith y sus epígonos de la Escuela de Chicago son culpables de ello) no iniciado en los arcanos del sistema.

¿Veremos alguna vez a "los mercados" sentados en el banquillo de los acusados, por hacer ganar muchísimo dinero a unos pocos a base de quitárselo a muchos? Pues eso es lo que está pasando ahora. Mandemos a la mierda a todos esos que se autotitulan expertos economistas, incapaces de señalarnos el buen camino común en cuanto colisiona con la voracidad de aquellos pocos, y no sigamos creyendo que quienes nos han hecho víctimas de su avaricia, y vienen ahora a decirnos que si queremos regresar al "bienestar" de los años "cincuenta" tenemos que pagar su riqueza de nuestros bolsillos, van a sacarnos de ésta.

Pero, como ellos son los que saben y nosotros somos unos ignorantes, se empeñan en que aceptemos que sus escandalosas remuneraciones son merecidas, no porque nos hayan ayudado a prosperar sino porque "es muy duro" y requiere "mucho saber e inteligencia" manejar ingentes cantidades de dinero (con el que se corrompen) para su beneficio personal y hacerlo pasar por un esfuerzo dirigido a procurar nuestro bienestar.

Y ustedes perdonen por estas divagaciones, pero es que ya no me puede el cuerpo ante la desfachatez de algunos aferrándose a sus latrocinios como si hubiesen merecido el resultado, mientras se desgañitan (ahora no, que ahora los del escalón intermedio andan en paradero desconocido con el riñón forrado, mientras los de los peldaños de arriba presiden gobiernos, como Mario Monti, en la seguridad de que la vieja "democracia" no es más que el sudario con el que se oculta a la vista la putrefacción del cadáver) apostando por la moral del esfuerzo, el mérito y la capacidad.

En resumidas cuentas: hay que dejar atrás el papanatismo que nos han inoculado y expresar en público el desprecio por todos esos que, con sus nombres y apellidos, ustedes conocen bien. Mi concepto de la Justicia me impide no desearles lo peor, humanamente hablando, porque estoy convencido de que de ello sólo nos pueden venir bienes. Incluyendo a quienes, como insisten en que todo era legal, se iban de largos fines de semana a Pénjamo o Sangrilá, cargándonos las facturas en la convicción de que no nos enteraríamos. Y luego regresaban, orondos y satisfechos, a administrarnos la justicia o los cuartos. ¡Puag!

¡Uf! Algo más relajadito me quedo.

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