
Dándole vueltas a eso que, sin saber ni cómo ni por qué, pareció bueno a la Consellería de Ordenación del Territorio (por no personalizar) después de haberle parecido malo, se me vino a la cabeza una cosa que algunos han dado en llamar "la maldición de Portanet". Estarán ustedes pensando (o no) en lo de la Plaza de España.
¿Se acuerdan, verdad, de cuando Mauricio Ruiz "apatrullaba la ciudad" con la mirada serena para que los
abigeos no se lucraran con el expolio de nuestros rebaños de cuernilargos? Es verdad que "apatrullaba" solo; pero "apatrullaba".
Entonces, los que querían hacerse amigos del gobernador del estado para que les dejase poner sus alambradas y acabar con los "horizontes lejanos", se las tenían tiesas con el "apatrullador" y no se atrevían a escupir fuera del caldero cuando se pasaban por el
"saloon".
Pero, por detrás, en las penumbras que oferta el poder, los malos conspiraban para que el gobernador le retirase la placa de concejal a Gary-Mauricio-Cooper y poder campar por sus respetos. La historia nos dice que lo consiguieron. Mauricio, "sólo ante el ladrillo" que todo lo puede, hubo de retirarse a sus cuarteles de invierno a contemplar cómo los "suyos" mandaban todo lo trabajado a freír espárragos.
Ellos querían poner alambradas, ampliar el
OK Corral de la Plaza de España y conseguir el monopolio de la extracción y el transporte de ladrillo en todo el Oeste. Y casi lo consiguen.
Pero, héteme aquí que, como pasa cuando se anda "fuchicando" en la tumba de los faraones, la tenebrosa sombra de algún sacerdote de Annubis surge para hacer visible la clásica maldición.
Así es que, cuando ya todos los obstáculos parecían removidos; cuando ya la conselleira, que antes había dicho no, se puso a decir "digo" donde había dicho "Diego", ahora me viene el semiólogo Pereira y sostiene que la vieja maldición de Portanet abarca a todo lo que linde con la Gran Vía. Y me lo explica:
Resulta que, siendo
sheriff de la Fiel, Leal, Valerosa y Siempre Benéfica ciudad de Vigo don Rafael J. Portanet Suárez, y corriendo los últimos años de la década de los 60 del pasado siglo,

epígonos de aquellos abigeos del
far west vieron la tremenda extensión de pastos que había nada más traspasar la por entonces llamada Gran Vía del Generalísimo por su margen izquierda y la desearon para poner sus traicioneras cercas de alambre de espino.
Cantan los ciegos por las ferias del país que el
sheriff y sus amigotes conspiraron para ocupar aquella franja de terreno baldío y ponerla a solares. Sólo se requería una simple
recalificación que permitiera que los terrenos en barbecho pasaran de valer "cuatro" a valer "cuatro mil". Dicen también que el
sheriff Portanet contaba con "carta blanca" del Gran Jefe Blanco, un paisano radicado en El Pardo (Madrid), que gobernaba el territorio con la férrea mano de un tal Camilo Alonso Vega, conocido en el Oeste como "don Camulo", porque era capaz de derribar a un regimiento de un "decreto-coz". Y se creció, claro.
Iba tan sobrado el
sheriff que no se percató de que, una cosa es una cosa y otra cosa es otra; las cosas como son. Tiró entonces de pasquín colocado junto a las puertas batientes del
saloon, y anunció que la margen izquierda del territorio conocido como Gran Vía pasaba a convertirse en sabrosísimos solares, y que las vacas se fueran a pastar a Oklahoma, vasto territorio virgen.
Algo hizo mal el
sheriff, o se olvidó de hacer partícipe del descubrimiento de aquel yacimiento de ladrillos a algún pez gordo, porque el Gran Jefe Blanco no movió un dedo cuando un
marshall decidió que los "descubridores" de aquel Eldorado eran unos tramposos que habían usurpado los títulos de propiedad a los honrados granjeros, a cambio de unos pocos centavos.
El caso es que, gracias a que había sido directamente "elegido" por el propio don Camulo, el
sheriff se libró del traje a rayas y de compartir rancho con los Dalton en el trullo. Pero no así varios de sus pandilleros de la banda conocida como Corporación Municipal de Representación Terciaria (es decir, que eran "representantes" de los tres tercios en que nos dividían entonces: Familia, Municipio y Sindicato), que acabaron tras las rejas por una temporada.
Cuentan los más viejos del lugar que el
sheriff Portanet, cabreado por haberse quedado con el culo al aire en su "jugada" inmobiliaria, lanzó
una maldición sobre aquel territorio situado en la margen izquierda de la Gran Vía. Para asegurarse de la pervivencia de la maldición, el
sherif chafado se hizo construir un gran depósito de carburante en lo más alto de la acera de enfrente, de cuyo glorioso pasado como "gasolinera de Portanet" (PS, rezaba el luminoso) nos queda hoy lo que conocemos como "gasolinera de la Plaza de España".
Fueron pasando los años y la maldición sobre "la margen izquierda" siguió su curso: costosos chalets de una burguesía más pendiente de limpiar de color rojo los números de sus cuentas bancarias que de prosperar repartiendo trabajo y riqueza, han quedado convertidos en guarderías, locales de copas con vocación de "cool", lavacoches a presión, intentos fallidos de restaurantes y fracasados (hasta ahora) intentos de volver a lo de recalificar aquellos prados y convertirlos en minas de ladrillos.

Hasta que, otra vez en las penumbras del poder local, los nuevos tentadores "cuenta naranja" de los sucesores de aquel
sheriff de los 60, decidieron que todo era una patraña para asustar a los niños y consiguieron que algunos antiguos adversarios se uniesen para hacer de la "margen izquierda" el gran emporio comercial, aprovechando el regustillo aristocrático que daba nombre al rancho:
Finca do Conde. Pero el asunto nació ya
con mal pie y peor prensa (no toda, claro). Incluso ahora siguen las secuelas de la maldición cuando "destapamos" los últimos números del millón y medio de la Volvo-ING.
Pero la maldición de Portanet acechaba y el peso de la ley se cernía sobre "el mayor centro comercial de Galicia", aunque ellos seguían en plan "ladran, luego cabalgamos". Sin embargo, otro
marshall dictó sentencia definitiva:
lo de Finca do Conde era ilegal y había que arrasarlo.
En esas estábamos cuando, por un lado los moradores del Centro Comercial fueron sintiéndose engañados y abocados a la ruina, y por otro ya el negocio de explotar minas de ladrillo sólo daba para disgustos.
Y seguíamos en esas cuando
un nuevo sheriff, que antes se decía amigo de Mauricio, nos muestra su júbilo porque ya se puede ampliar el corral de la Plaza de España, con unos leves retoques para alojar ganado menor, y de nuevo la mina de ladrillos volverá a producir alcanzando las "más altas cotas" de protuberancia que se han visto al oeste del Pecos-Lagares.
Sostiene Pereira que una maldición es una maldición, y que, por mucho que alejen del corral los caballos de Oliveira, el nuevo poblado proyectado no va a ninguna parte porque pesa sobre él la
Maldición de Portanet. En fin, que el Caballero se va a quedar sin caballos, ni que sean de Oliveira, y los gambusinos no van a pillar oro en estos placeres, porque sobre la margen izquierda de la Gran Vía (plazaspaña incluida) pesa un mal de ojo con casi medio siglo de probada eficacia.
Y digo yo; ¿es que ya no quedan asesores con memoria?

En fin, que si lo que sostiene Pereira se sostiene, vamos a tener que sentirlo por los caballos de Oliveira, el Caballero del convenio, ING-Real State y Fraga, Portolés y García Quijada, para regocijo del primer damnificado por la querencia de la margen izquierda de la Gran Vía a que la dejen como está: Rafael J. Portanet Suárez (q.e.g.e.).
La sombra de Portanet es alargada. Y su venganza, que ni la de Tutankamon.