
Voy a tomar prestada la frase que se atribuye a Roosevelt (Franklin Delano) cuando le dijeron que el dictador nicaragüense Anastasio Somoza era un hijo de puta:
"Puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta", dicen que respondió el presidente del
new deal.
Bien, aclarado que aquí no se pretende insultar a nadie sino parafrasear una expresión afortunada y definitoria de cómo entienden algunos la relación entre ética y oportunidad, la Logia Vigo-Centro de VIGOBLOG ha llegado a la conclusión de que quienes dicen representarnos no son
"nuestros hijos de puta".
Circula por ahí la expresión pretendidamente exculpadora de que el revés electoral de la que se autotitula izquierda se debe a que sus votantes son más exigentes que los de la otra derecha. Una vez más, la incapacidad para la autocrítica de quienes pretenden apoderarse de la izquierda en la que nosotros decimos creer vuelve a hacer profesión de fe.
Los participantes en la tenida de la mencionada Logia hemos llegado a la conclusión de que existe una casta que, probablemente por omisión del electorado, se ha instalado en las formaciones políticas olvidando que sus integrantes tienen la obligación de tener una escala de valores reconocible desde la izquierda. Y, claro, aunque más despacio de lo que sería deseable, una parte del electorado se ha puesto exigente y reclama con claridad que en el ejercicio de la política los valores del Estado de Derecho sean, al menos, respetados en sus manifestaciones públicas.
Con el paso del tiempo, parece que va manifestándose la constatación de que los modos y los valores expresados por los actos (no por sus declaraciones) de quienes dicen representar a la izquierda se distinguen poquísimo de los de quienes dicen (equívocamente, también) ocupar el centro político, o el centro-derecha.

En estas condiciones, el renacer de una exigencia de honestidad comprobable,
de respeto a la ley, de reconocimiento del mérito profesional por encima de la conveniencia partidaria y de verdadera defensa del derecho frente a la oportunidad, no puede por menos que ser celebrada por todos.
De momento, nos ha dado por interpretar que la "fuga" de unos 130.000 votos (los perdidos por PSOE y BNG y que no fueron para el PP) tiene su origen en la libérrima decisión de otros tantos antiguos votantes de eso que se autotitula izquierda, o centro-izquierda, de recriminarle su deriva oportunista. La escenificación de esta deriva puede contemplarse en ese intento justificador de la derrota que se defiende diciendo que mejor hubiera sido adelantar las elecciones, como aseguran que pretendía Blanco.
Para nosotros (creo que estoy autorizado por la Logia a hablar en nombre de todos los de VB), la simple posibilidad de que la confianza en una labor de gobierno pueda estar al albur del calendario revela hasta qué punto aquella casta piensa menos en nosotros que en su conveniencia partidaria. Y eso no es izquierda ni farrapos de gaitas.
Desde lo que nosotros consideramos izquierda, los valores reconocibles en las actividades políticas habrían de ser los de la transparencia funcional, la preferencia por el mérito y la capacidad, el respeto escrupuloso por el principio de legalidad, o la renuncia al eufemismo como forma de ocultar la realidad. En suma, el respeto por el Estado de Derecho; sin más.

Desde VB nos hemos esforzado por ejercer nuestro derecho a la crítica, sin ponernos a considerar si esa crítica razonada favorece a unos o perjudica a otros. Sin embargo, somos conscientes de que la dinámica impuesta por quienes se han apoderado de los partidos, como
vehículo de transporte hacia el aparato del Estado, sigue parapetada en la Ley Universal de la Inercia, según la cual todo tiende a mantener su estado de movimiento o reposo, ofreciendo una visible resistencia a cambiarlo.
¿Tenemos que seguir el discurso de quienes se han revelado como más preocupados por mantenerse que por visualizar que nos están resolviendo lo nuestro? Nosotros creemos honestamente que no. Y creemos, también, que 130.000 electores han pensado lo mismo. Que las cúpulas de las organizaciones políticas lo comprendan y lo acepten ya es otro cantar.
También creemos que el sistema de partidos para orientar la forma en que los ciudadanos deciden cómo quieren ser gobernados es insoslayable. Pero pretendemos también que eso no ofusque nuestra capacidad crítica, y que la eventualidad de una alternancia no resulte definitiva para orientar nuestro voto.
Sabíamos, cuando iniciamos esta aventura destinada a contribuir a consolidar una conciencia crítica en la sociedad, que nos exponiamos a las invectivas de quienes aún no se han desembarazado del seguidismo partidario y contemplan el transcurrir de las acciones políticas en términos de "buenos" y "malos", de "nuestros" y "ajenos", como si el ancestral maniqueísmo de
Zaratustra siguiera determinado por Ormuz y Arimán.
Por eso decimos que esos
"no son nuestros hijos de puta" (con perdón), se incrusten en PSOE, BNG, PP, UPyD o cualquier otro partido. Y, como la frase da para agarrar el rábano por las hojas, me pongo la venda antes de recibir la herida y advierto a pescadores en río revuelto que nosotros practicamos la pesca "sin muerte" y no estamos por insultar sino por razonar.
No pretendemos cobrar otra pieza que la de la racionalidad aplicada al análisis político y, si el discurso resultante nos contradice, aceptaremos el veredicto y seguiremos dando la vara hasta conseguir que quienes dicen representarnos se apliquen a tener más en cuenta nuestros derechos que los suyos. Y, que yo sepa, la atención a nuestros derechos es lo único que justifica la existencia de eso que se ha dado en llamar la "clase política".
Que ustedes lo vean.