No sé por qué (o sí) pero da la impresión de que en Galicia estamos viviendo una etapa que, en lo político al menos, sugiere inestabilidad. Hay como un sunami de inmediatiez, de inseguridad, que impulsa a los más audaces a resolver ahora, no sea que el momento cambie de manos.
¿Por qué será que en los últimos meses asistimos a un montón de escaramuzas que van desde los cambios de chaqueta política, las mociones de censura o las operaciones de envergadura económica (en plena crisis) hasta las huelgas sin horizonte? Puede que el ejercicio de la política, tal y como se han empeñado en demostrarnos, haya alcanzado un grado de desafección popular tal que ya nadie se sienta seguro. Es como si en ningún partido político se confiase en repetir mandato, sea en la Xunta o en los principales municipios, y se vean abocados a tratar de recoger en dos o tres años lo que antes se obtenía en lapsos de tiempo mucho mayores.
A la vista de cómo circulan desde que ganaron por los pelos unas elecciones, los responsables del Partido Popular parecen lanzados a desmontar cualquier cosa hecha anteriormente, sea en materia lingüística o en la más materialista de intentar regenerar el cultivo del ladrillo en nuestra costa, o regalársela a una industria que podría desarrollarse perfectamente sin atentar contra el patrimonio común que es nuestro entorno.
La sucesión de mega proyectos "emblemáticos" en Vigo tiene en el gobierno (cada vez menos aparentemente "bi", por si las moscas) de PSOE y BNG su expresión local. Junto a aquellos fantásticos proyectos, se castiga a la ciudad a soportar unas obras que ya podrían haber terminado si se trabajase en ellas como sería deseable, sólo para superar la apariencia cosmética que creen que ayudó a Corina a recuperar miles de votos, aunque insuficientes para gobernar. Y que estén lo más fresquitas posibles cuando los próximos comicios. Pero no se puede esperar y planificar inteligentemente, porque a la vuelta de un par de años pueden ser otros los que corten el bacalao. De otros asuntos también relacionados con cómo se invierte nuestro dinero mejor será no hablar ahora.
Hay demasiados ejemplos de que la inestabilidad, la poca confianza en su futuro de quienes ocupan cargos electivos, está habitando entre nosotros. Es como si alguien hubiese dicho ¡sálvese quien pueda! y un ejército de advenedizos encastrado en la política estuviese perdiendo el culo por poner a salvo los réditos de su cargo.
Y lo dicho para la política podría decirse del mundo sindical, como parece indicar el desenlace de la huelga del metal, que ha dejado un regusto a esfuerzo baldío, por no decir de franca derrota, entre muchísimos trabajadores. Detrás se podría advertir aquella inseguridad, aquella necesidad de obtener rendimientos inmediatos en la carrera sindical por situarse mejor a la hora de gestionar subvenciones, porque no está nada claro que los primeros sigan siéndolo en un par de años. Y no es poco lo que hay en juego para algunos.
¿Por qué será que, aunque sepamos que es así, cuando oímos que no todos los políticos son iguales, se nos pone cara de incredulidad? Pues del descrédito al que algunos están lanzando a quienes ejercen como políticos nadie sale ganando. O sea que puede que se estén temiendo que
"si hay que sanear, se sanea", que alguien haya dado la voz de alarma de que
"el rascar se va a acabar" y que haya cundido el pánico entre los advenedizos, que se apresuran a lo dicho.
A lo mejor todo son figuraciones mías, vaya usted a saber. Pero creo que alguien debería ir reflexionando sobre lo que pasa, con la mirada puesta en puntos menos cercanos que la acera de enfrente, porque lo que a mí se me figura inmediatez, precipitación, ansiedad, inestabilidad y acaparamiento, a lo peor es así.
O no..., o qué se yo.